noviembre 25, 2009

Suerte


Hubo una vez
En que fuimos jóvenes
Dentro de esta máquina
Bebíamos
Fumábamos
Tecleábamos

Fue un tiempo de
Esplendor
Un milagro

Aún lo es

Solo que ahora
En vez de
Ir hacia el tiempo
Es el tiempo
El que viene hacia nosotros
Y hace que cada palabra
Taladre
El papel

Clara
Rápida
Contundente

Alimentando
Un espacio
Que se cierra.

noviembre 22, 2009

Oxidacion


Café, nicotina, gatos, cascabeles rotos, Desahucios incrustados en la espalda y esa sobredosis de insomnio Que mas da… tendré que abrir los ojos y descomponerme un poco.

Viaje nocturno


Desperté sudando y apunto de vomitar el corazón. Me levanté y encendí un cigarro. Ya en la claridad del alba y en el volátil espacio amorfo limitado por la nicotina, mi mente se permitió rememorar la pesadilla que todavía puedo sentir rebanando mi tranquilidad.

Era una noche atractiva como todas, de aquellas que invitan a pasear la mirada e intentar imaginar sus interminables confines, fracasando una y otra vez. Me quejé en un lejano pensamiento por el dolor en mi nuca mientras pensaba en que si la inmensa tranquilidad pudiera inhalarse, el diario vivir sería mucho más soportable. Quizá no podía inhalarse, pero podía rozarse. Ante la inmensidad hermosa y taciturna, todos los asuntos que la vida depara son ridículos y noches como aquella, verdaderas (acaso únicas) razones para vivir.

Mi instinto de supervivencia me exigió de pronto salir del embriagante estupor que la hermosura nocturna suele provocar y enfocar con pupilas rápidas y asustadizas lo que se encontrara en frente. Me encontré dentro de un auto. Mi sorpresa obvia fue la de estar en movimiento bajo un techo sólido, cuando unos segundos antes miraba estupefacta (por enésima vez) la magnificencia lunar. Luego de salir del pequeñísimo tiempo en que me permití dudar de mi cordura, observé con atención lo que me rodeaba. Estaba correctamente sentada en el centro del asiento de atrás, y mis manos descansaban sobre mi regazo. Me incliné hacia adelante y vi a mi padre con las manos en el timón, y a mi hermana haciendo las veces de copiloto. Traté de hablarles, pero detuve el impulso cuando me fijé en que la quijada de ella estaba tan tensa que su piel parecía luchar por no romperse. El semblante de mi padre no difería en mucho a el de ella; las protuberantes venas de sus manos parecían querer reventarse con fuertes y rápidos saltos. Me extrañó observar que las luces del tablero estaban apagadas, a pesar de las miles de precauciones que mi padre suele tener al conducir. Mi sorpresa aumentó cuando escuché los árboles silbando cuando pasábamos junto a ellos. Esos árboles... eran oscuros, eran masas negras sostenidas por troncos retorcidos; sus ramas eran dagas que rozaban furiosas la carrocería, rayándola como si estuvieran desempuñadas especialmente a los extraños. El motor se quejaba con un ruido infernal; imaginé los pistones escapando a través del metal. Intenté hablar otra vez y me detuvo el hecho que no podía reconocer nada de lo que teníamos adelante, sólo podía ver un camino de tierra muy estrecho. Asombrada de mi falta de habilidad para analizar con rapidez lo que ocurría, entendí por fin que descendíamos por el camino. Regresé a mi posición inicial y procedí a analizar mi propia situación. Sentí un gran alivio en la espalda mientras el corazón galopaba sobre mi cráneo y mi alma se recogía en un profundo y punzante flato, presintiendo alguna especie de inevitable tortura.

Por fin, mi padre dio muestras de no ser un autómata. Volteó hacia mi hermana, luego giró su cabeza lo más que pudo para verme a los ojos. Pienso que al menos ésa era su intención, pues no logró verme directamente, sino que enfocó un punto a mi lado e inmediatamente volteó de nuevo hacia el camino. Luego de algunos minutos que me parecieron horas, tomó la palanca de velocidades e intentó moverla, pero parecía trabada. Pateó histéricamente el pedal del freno, y éste rebotó burlón mientras el auto parecía acelerar cada vez más. Una de las llantas del auto tropezó con alguna piedra, y luego con otra, y con otra más, cada una parecía más grande que la anterior. Entonces presionó de nuevo el pedal, una sola vez, sin éxito. Con infinito pero contenido pavor miré a través del vidrio ante mí... El camino se partía más adelante en una enorme extensión de agua que se tendía muchos metros más abajo, parecía una horrible boca negra, enorme y espesa, era tan enorme que el encontrar confines, que tan hermoso y entretenido me había parecido, era ahora algo tan inmensamente terrible que casi agradecí que fuera imposible. Yo ya no era capaz estimar la velocidad a la que el maldito auto iba. Unos segundos después, mi padre inhaló profunda y ruidosamente y exhaló de la misma forma, luego inhaló y exhaló un poco más rápido, la siguiente inhalación fue casi nula pero muy ruidosa... y cada elevación de su pecho sentía yo como el pavor pateaba mi estómago; intentaba él respirar entre un horrible arrebato de locura y desesperación. Pensé en ese momento que jamás hubiese esperado de él reacción parecida; todos los sonidos que un momento antes perforaban mis tímpanos, ahora se desvanecían ante su incontrolable angustia que calcinaba mi espíritu y me hacía sentir terriblemente débil... había sido él mi única fuente de esperanza hasta ese momento. El cuadro que ante mis ojos se presentaba congeló mi capacidad de decisión; no podía moverme, gritar o articular palabra. Luego el viejo cuerpo de mi padre giró un poco para dirigirse a mi hermana y a mí. No puedo describir agonía que pendía de su voz... "Lo siento". Su cara brillaba... ¡Lloraba! Sentí una mezcla punzante y asquerosa de odio y de terror ante lo que se avecinaba y ante la debilidad de mi padre. Descubrí entonces que no había mucha distancia entre el horrible océano y nosotros... No había ya nada que hacer. La siguiente imagen que ante mí se desplegó fue la de infinitos puñales de vidrio reluciendo entre los enormes tentáculos del líquido, las manos de mi padre, de mi hermana y las mías protegiendo nuestras caras, mientras el terrible rugir de las fauces del mar ridiculizaba el horror que manaba de nuestras gargantas y de nuestros cuerpos desmembrándose...

En ese instante, el dolor me despertó antes que pudiera sentirlo, y se fue. Casi lo escuché burlarse de mí cuando sentí mi cuerpo completamente empapado en salado sudor y mi respiración agitadísima... no, nunca, jamás tan agitada que la de... mi padre. Abrí la puerta de la habitación de al lado: mis padres roncaban como leones.

Tanteé en la oscuridad en busca del encendedor y salí al patio.

A ti

Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde filoso de la noche.

Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de mí la ofrenda, el ramo que abandona el viento en el umbral.

Lágrimas


Era el silencio el que se filtraba en mis oídos, el que no me dejaba hablar. Era un chillido filoso, era penetrante... como las gotas de lluvia que se esparcían por toda mi cara, por no animarse a ser lágrimas. Como las cobardes sabanas que me envuelven, queriendo ser calor, queriendo ser brazos.
Es el sueño que se esconde y no puedo encontrar. Se fue y no se si va a volver... Me dejo con el cigarrillo consumiendose entre mis dedos y mi cabeza que no para de pensar. Tal vez sos vos que me robaste por completo, sin forcejeos ni resistencia; o soy yo que me reduje enteramente a vos.
Hoy a mi espejo quiero encontrar, no lo siento perdido es que me quiero reflejar. Y este verbo ser que no dejo de usar me da la pista de que verdaderamente soy yo si te tengo conmigo. El sueño que busco una vez mas, se durmió entre tus labios. Yo también me siento tranquila en los tuyos, solo vos me das paz. Ya el ruido del silencio ceso, ese agudo chillido me dejo. Mis sabanas no se parecen a vos, pero el recuerdo de tu sonrisa me calmo. El cigarrillo se consumió y ya la lluvia se animo, borro los renglones, empapo el papel...

noviembre 21, 2009

Ya me han contado hasta ocho

Desde mi cama observo tres pájaros en un cable de teléfono. Uno se va volando, luego otro.
Queda uno...

Luego también él se va.

Mi máquina de escribir está silenciosa como un sepulcro.

Y yo me he quedado reducido a observar pájaros. Simplemente he pensado que te lo debía contar, Cabrón.

Tu sonrisa se hizo el pan con dulce de mis mañanas

Mama



Quiero GRITARTE que te amo

noviembre 17, 2009

Ella, mi novia



Desde que la conozco y le presto atencion que me sorprende ese tinte de nena chiquita que tiene, que hace notar, que se percibe de lejos. Por algun motivo, de repente, remarca su niñez. Tiene esa capacidad de revobinar en un instante mucho años y convertirse en nena. Es todavia que me cuestiono qué es lo que la hace actuar de esta manera tan linda, aunque solo me abstengo a jactarme de que sus años son relativos a ella; a su inocencia, a su cuerpito chiquito y bonito que acompaña con movimientos... con piecitos que golpea contra el piso en forma de capricho, con una carita de ''yo no fui'', con sus deditos abiertos e inquietos que mueve como rigidos tocandose los cachetes de su cara. No deja de soprenderme como esta figura que demuestro tener de fria, distante y fuerte se rompe y de repente me veo reducida a ella. Pareciera romper toda esta muralla que construyo para protegerme, que con ella no necesito. Pero por otro lado, algo sucede. Resurge de ella, tomando fuerza: una mujer.

El contacto y el intercambio con ella me muestra elementos que desconocia de mi misma. Gracia a esta persona pude conocer y sentir cosas que nunca antes habia sentido, tan reales y arraigadas ya en mi...

noviembre 16, 2009

Choose



Escoge una vida, escoge un futuro, escoge un trabajo, escoge una carrera, escoge una familia, escoge una jodida pantalla de televisión, escoge un lavaplatos, un coche, un reproductor de música… escoge la buena salud y un colesterol bajo, escoge una hipoteca a plazo fijo, escoge a tus amigos, escoge comenzar un hogar, escoge un traje de tres piezas comprado a cuotas y pregúntate a ti mismo quién mierda eres un domingo por la mañana, escoge estar sentado en el sofá viendo programas de televisión idiotizantes mientras te hartas de comida chatarra, escoge podrirte en una vida miserable y llena de vergüenza viendo crecer a esos malcriados que has creado para reemplazarte… escoge un futuro, una vida… ¿Porqué querría yo hacer algo así?... Yo escojo no escoger la vida, yo elegí otra cosa. Y las razones? No hay razones.

Inocencia...

Una niña se acercó. Tendría unos seis años de edad. Cuerpo de cuatro y mentalidad de tres, aventuré. Abrazaba un recipiente lleno de caramelos oscuros deformados por el calor. En mi mente divisaba sólo envoltorios de plástico que recluían gusanos negros retorciéndose, forcejeando entre sí. Balbuceaba técnicas de venta malogradas que incluían vacío, hambre y resignación.



-No gracias. -respondí evadiendo sus ojos.


-¿Una moneda?


-No, no tengo.


-¿Me regala de su pan?


-Va, tomá...-resignada le di lo que tenía en la mano.



La niña tomó lo que le ofrecí y se alejó entre las hojas caídas del árbol a cuya sombra almorzaba huyendo del sol abrasador. En el camino casi tropezó cuando en un pasito errante uno de sus pies chocó contra el otro. La seguí con la mirada mientras lentamente acercaba la taza a los labios para medir con el vaho prometedor la temperatura del café.



-¡Ah! Hirviendo...



Una bolsita tejida colgaba de su hombro de la pequeña. Envolvía sus piernas un raído corte gris y una playera con dejos de serigrafía le cubría desde las clavículas hasta el ombligo, dejando sin ocultar a un protuberante vientre. Se alejó unos ocho metros hacia donde estaba un viejo exhibiendo chucherías sobre una estructura más de óxido que de metal. Más torpes y más cortos eran sus pasos a medida que se acercaba al viejo. No dejé de observarlos mientras abría una cajetilla nueva, colocaba con cuidado el cigarro entre mis labios y buscaba un encendedor.

Por fin llegó la niña frente a él. Dejó con cuidado en el suelo el recipiente de dulces con forma de gusano y hurgó en el fondo de su bolsita. Cuando encontraba una moneda, la depositaba en la mano sucia y extendida del viejo cuya mirada recorría con ternura el cuerpecito que tenía ante sí. ¿Su padre? ¿Su tío?... Los parentescos que yo asumía eran refutados por el comportamiento de la niña, por la forma en la que la carita de ella hacía todo lo posible por no enfrentar las miradas de él. Ya había tentado en todos mis bolsillos buscando sin éxito un encendedor, así que recogí mi bolsa y me la coloqué al hombro buscando dinero para comprarle uno al viejo.

Cuando levanté la mirada sentí estómago retorcerse y un bloque de sangre arremetiéndose contra mi vientre; el cigarro cayó al suelo. El viejo sostenía de la cintura con una mano a la niña y su barba se apoyaba en su cabecita; sus muslos se apoyaban en sus diminutas caderas y otra mano se hallaba oculta entre las piernas de la niña inmovilizada que no hacía más que evadir a esos ojos ancianos, esos ojos que brillaban morbosos al sentir la tierna humedad entre un par de labios pequeñitos, inmaduros. Horrorizada observé a la niña inmóvil y con la mirada perdida entre los árboles a las espaldas del hombre. No luchaba. Sufría como sufren los adultos: EN SILENCIO.



Sentí un horrible ardor en la nuca. Casi sin notarlo caminé hasta ellos, y a gritos le pedí al hombre un encendedor.



-No hay, seño- dijo sin empujar a la niña, que al no sentirse penetrada se desprendió de entre las rodillas del hombre y desapareció corriendo tras una esquina, derramando a los gusanos en el suelo.


-Lo que no tiene usted son huevos, hijo de puta...- Odio. Asco. Rencor. Un giro de mi muñeca.




El café que no había probado por no quedarme sin papilas gustativas se desperdició ese día entre las piernas de aquel hombre.

Con el estómago en la garganta y con espuma entre los dientes me fui dando zancadas de regreso al trabajo.

Utopia de un hombre que está cansado

Por fin he llegado. Es una de esas casas antañonas del centro cuya centricidad no les rescata del abandono ni les niega el escondite. Me produce una grata sorpresa el que la casa carezca de timbre y que el salitre se acumule de forma tan generosa. Toco la puerta y nadie responde, repito la operación y somato la aldaba con gran fuerza. Momentos después se oye el dificultoso correr de un, supongo, cerrojo oxidado.

Empujo la puerta que rechina como gato despechado. El señor me saluda y camina hacia su estudio. Las hojas del patio han sido arrojadas por el viento a cada rincón de la casa y su crujido me toma por sorpresa.

―Se está muy solo por acá ―le digo yo.
―Siempre he sido clandestino, ahora soy marginal ―me responde el hombre mientras entramos a su estudio.
―¿Me mandó a llamar?
―Sí, vos querías verme ―me responde.


Hurgo los rimeros de libros desparramados en toda la habitación; parece leer mi pensamiento, comenta: ¿Te sorprenden mis ediciones clandestinas, verdad? En ese tiempo no pude conseguir de otras. Supongo que son más bonitas ahora. Se reclina sobre el asiento y parece satisfecho de mi desconcierto.

―Los íconos socialistas son en mí un fetiche incorporado a mi compulsión consumista ―le contesté, mientras me apoyaba en el escritorio.
―Decís bien. ¿En qué pensás ahora? ―me pregunta, haciéndome, de nuevo, blanco de su atención.
―Pues que en realidad no sé qué vine a hacer acá.
―Yo lo sé ―replica―, viniste a consolarte por no haber podido participar en la lucha, supongo que mi pobreza te resulta reconfortante.
―Usted no es tan pobre, de hecho creo que he venido a intentar robarle algo.
―¿Qué podrá ser?
―No lo sé con precisión ―le respondo―; dignidad, ingenuidad. No sé. Es que nada me conmueve. He sido instruido sobre todo y no me importa nada.
―Te arrimás a mal árbol. Carezco de ambas. Las puse al servicio de la codicia y se malograron.
―¿Tiene algo para heredarme?
―No lo sé ―me responde―, no soy bueno para las herencias. Quise dejarte un mundo mejor y no puede legarte ni las intenciones.
―Herédeme el desencanto.
―No puedo ayudarte. Para eso tendrías que haber sido hechizado. ¿Para qué lo querés, además?
―No lo sé, supongo que me gusta creer que tengo espíritu aventurero y me molesta esta sensación de sentir que mi vida transita como sobre rieles.
―En todo caso tenés que llegar por vos mismo. Lamento tener que despedirte pero es la hora del café y es mi momento de mayor intimidad.
―Pierda cuidado ―le dije―, vine por mí y me voy por mí mismo.
―Saludos a tu mamá ―se despide.
―Como siempre. Nos vemos, papá.

noviembre 13, 2009

3:27


En el hospital casi a las 3:30 hasta el dolor ofrece una tregua, los borrachos han dejado de beber a eso de la 1:30. Solo las parturientas y los enfermos críticos no conocen de horario.
Pero igual se corren las cortinas y sobre cada una de ellas hay una película de solemnidad y cansancio donde se resbala la esperanza de solucionar algo esta noche. Escondiendo: aquella mujer consumida por los nervios, que se arriesga a ocluir su fertilidad a escondidas de su esposo. Aquel fracturado que medita en silencio el valor de su coraje mientras espera su turno en el quirófano. Está el pariente que regatea los gastos del sepelio (esa muerte que termina de perforar la ulcera de su bolsillo). Y está también la caravana que escolta al asesinado todos los aspavientos de su inútil esperanza(porque fue un su solo cuchillazo, sí, casi sin ganas, pero preciso, ya se ve, acá no se mata con odio, simplemente, no importa la vida). Pero el muerto trae ya el rigor, el color, la temperatura hepática, hay que seguir el protocolo de los muertos. En un escritorio arrinconado hay un practicante que estudia en el primer momento libre de la noche. La tragedia no debería volverse una rutina. Tiene que haber una forma de distanciamiento. Algo mejor que este tibio ejercicio de catarsis. Aunque eso nos puede volver cínicos.


DIJE NOS.

No necesito nada


Apareciste sin que te buscara nadie, no esperaba encontrarte ahí. Tal vez tu risa no tenía sombras, no tenía cara, fue todo lo que ví. Me prestaste un beso, me prestaste calma, me prestaste todo lo que me faltaba. Tenés la receta justa para hacerme sonreir.
Y todo el tiempo sabés lo que me asusta, sabés lo que me gusta estar con vos. Me robaste el cuerpo, me robaste el alma. Ya es tuya la voz con la que antes cantaba. Me quitás el sueño, me quitás el habla, pero si estoy con vos no necesito nada.