noviembre 13, 2009

3:27


En el hospital casi a las 3:30 hasta el dolor ofrece una tregua, los borrachos han dejado de beber a eso de la 1:30. Solo las parturientas y los enfermos críticos no conocen de horario.
Pero igual se corren las cortinas y sobre cada una de ellas hay una película de solemnidad y cansancio donde se resbala la esperanza de solucionar algo esta noche. Escondiendo: aquella mujer consumida por los nervios, que se arriesga a ocluir su fertilidad a escondidas de su esposo. Aquel fracturado que medita en silencio el valor de su coraje mientras espera su turno en el quirófano. Está el pariente que regatea los gastos del sepelio (esa muerte que termina de perforar la ulcera de su bolsillo). Y está también la caravana que escolta al asesinado todos los aspavientos de su inútil esperanza(porque fue un su solo cuchillazo, sí, casi sin ganas, pero preciso, ya se ve, acá no se mata con odio, simplemente, no importa la vida). Pero el muerto trae ya el rigor, el color, la temperatura hepática, hay que seguir el protocolo de los muertos. En un escritorio arrinconado hay un practicante que estudia en el primer momento libre de la noche. La tragedia no debería volverse una rutina. Tiene que haber una forma de distanciamiento. Algo mejor que este tibio ejercicio de catarsis. Aunque eso nos puede volver cínicos.


DIJE NOS.

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