diciembre 25, 2009

Oferta en el pasillo 8


Cada noche mi mente se entretenía pensando en todo aquello que tengo que decirte. Poco a poco me dormía repasando argumentos y estructurando los diálogos. Los días pasaron y luego las semanas formaron 2 meses. Inesperado. En el momento y en el sitio que me faltó imaginar. Te coloqué en el cine, en alguna fiesta o en un restaurante. Pero el destino decidió ir en contra de mis planes y escogió otro lugar para nuestra cita, sin que uno de los dos albergara la más mínima sospecha. Fui al Súper para comprar cajas con imitaciones de comida, cualquier bisutería que me levantara el ánimo y algunos adornos con espíritu navideño. Cuán lejos estaba yo de imaginar que al entrar al pasillo, en el que se amontonan año tras año los mismos libros, te vería escogiendo una revista. La cantidad de aire disminuyó considerablemente, mi corazón latía desesperado y el caos se produjo. Todos los argumentos se agolparon uno tras otro mezclándose, hasta formar oraciones desordenadas, carentes de tan siquiera un mensaje para transmitir. Parecidas a la siguiente “Qué coincidencia. Decirte bueno te veo que para decirte. Hola…” La música y los gritos de un niño pidiendo un chocolate fueron perdiendo su volumen. El discurso previamente practicado frente al espejo fue empujado por la bola de nieve que se deslizaba inclemente hacia mí: “¡Tanto qué decirte y tan poco tiempo para hacerlo! Quizá deberíamos juntarnos para comer. ¿Tú que piensas? Sí. En el restaurante chino. ¿A qué hora puedes llegar? Me parece, a las 4 de la tarde nos vemos para aclarar algunos puntos pendientes de aquel día en que terminó nuestra relación…”. También me percibiste. Tu espacio se redujo a ese pasillo y luego a los dos metros que nos separaban. Mis ojos clavados en los tuyos. Aunque parecía una eternidad, la aguja más delgada del reloj sólo avanzó cinco segundos desde que te vi. Al abrir la boca para decirte lo que carcome mi conciencia desde hace dos meses, el impulso atolondrado no me dejó pronunciar algo más que un simple Hola. Mí mente no procesó correctamente el exceso de pensamientos y obviamente se generó una falla en el sistema. Click en OK, no, no quiero mandar un informe técnico a Windows... Como si les importara. Respondiste al saludo con una sonrisa. Vacíos. Los argumentos carecían de sentido. A la sonrisa le siguió un suave adiós. Era mí turno de sonreír. Desvié la mirada hacia una oferta anunciada en el pasillo de enfrente. El cerebro instruyó a mis piernas para caminar y alejarme de ti, siguiendo un instinto consumista más. De forma automática le pagué a la señorita que atendía la caja y partí hacia mi apartamento, subí las gradas maldiciendo al conserje porque no ha reparado el elevador y al fin llegué al octavo nivel. Guardé todo lo que había comprado y encendí la tele para ver alguna película. Ahora estoy en mi cama. El filme terminó hace una hora. Te imagino en el restaurante chino. Repaso mentalmente lo que quiero decirte. Bostezo. Duermo.

1 comentario:

  1. Es horrible cuando pensás todo lo que vas a decir y al final terminás diciendo nada. Me gustó el texto, eh :)

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